martes, 30 de septiembre de 2014

No hay manera de evitar lo inevitable

Si bien me río de mis "accidentes", últimamente mi novio, que tiene el privilegio de ver la gran mayoría en vivo y en directo, no me deja hacer nada.
Si estamos en un patio de comidas y yo agarro la bandeja, me saca los vasos diciendo "mejor evitamos accidentes, no? ;)".
Ya no tengo permitido tocar su cámara de fotos desde que me dijo "veo que todo se te resbala de las manos".
Si quiero tomar agua en su casa, tengo que hacerlo en la cocina, bien LEJOS de cualquier aparato electrónico.
Cada vez que me pongo zapatos altos me pregunta "¿por qué no te pones zapatillas mejor?", recordando probablemente las numerosas veces que terminé abrazando el piso de distintos lugares.
Cuando cambió su computadora juraría que no quería que la toque.
Desde que me caí en las escaleras de una sala de cine durante la función noto una gran resistencia cada vez que propongo ir a ver alguna película.
Este invierno tuve un traumatismo de cráneo haciendo snowboard, así que supongo que tampoco vamos a volver a ir al cerro juntos.
Probablemente le lleve un tiempo más entender que con o sin bandeja, los vasos se me caen igual, o en su defecto, si están apoyados en la mesa, los tiro mientras hablo gesticulando con las manos; que cada vez que agarro algo suyo pongo tanto empeño en que no se me caiga que lo agarro con muchísima fuerza (espero que nunca se compre un pollito porque quizás se lo aplasto sin querer); que tirar agua encima de equipos electrónicos o dejar caer equipos electrónicos al agua es una actividad que perfeccioné tanto, que solo me pasa con los míos; que con zapatos altos, zapatillas, con ojotas o descalza, me resbalo, me tropiezo y me caigo de la misma manera; que yo tenía mas miedo que él de tocar su computadora; que no necesito una escalera de una sala de cine en plena función para caerme rodando y quedar acostada sobre los escalones: lo hago hasta en la escalera de mi casa; que debo tener muchísimos traumatismos de cráneo de los que nunca me enteré porque no fui al centro médico del cerro de ski para que me diagnosticaran, y que no necesito estar sobre la nieve para tener uno: también me pasa en pisos lustrados, en barro, en la arena, en el agua y otras variadas superficies.
Y muy consciente de ser torpe, puedo decir feliz que soy torpe con suerte, porque alguien trata de cuidarme <3

miércoles, 3 de septiembre de 2014

De cómo ir a entregar sin llevar la entrega.

Estoy cansada, me arden los ojos. Mis ganas de abandonar la computadora para irme a dormir un rato son inexplicables. Recién vuelvo de llevar a Sofi, mi compañera de proyecto, a la estación para que se encuentre con Fede para ir juntos a la facultad.
"Cuando llegues te vas a ir a dormir, ¿no?"
"Nooo, nada que ver. Voy a seguir dibujando" le dije tratando de convencerme a mí misma.
Sofi me tiene mucha paciencia. Además de hacer trabajos en grupo para la materia de Arquitectura, también trabajamos juntas en Historia desde el año pasado.
Este año decidimos volver a la cátedra en la que cursamos Historia I y creo que las dos nos habíamos olvidado de lo mucho que nos daban para leer. Claro que ni bien asignaron los textos que había que leer los tuvimos en nuestras manos; claro, también, que nunca los leímos (yo por lo menos).
Después de algunas clases, José, nuestro ayudante, nos dijo que la entrega sería un informe escrito y no láminas como estábamos acostumbradas a hacer el año anterior. Existía la opción de hacer una lámina de apoyo, pero la parte importante de la entrega era el informe.
A Sofi, que dibuja muy bien y hace unos gráficos geniales,  no le gustó nada. A mi me encantó.
"¿Cómo que informe? Malísimo, yo quiero hacer la entrega en láminas, no me gusta escribir"
Con alegría y algo de orgullo de tener la posibilidad de demostrarle que no soy un desastre de compañera que nunca llega a terminar su parte de las entregas, le dije que me gustaba escribir: "Vos ni te preocupes por el informe, yo me encargo."
Sofi confió en mí y se quedó tranquila.
Yo estaba re tranquila. ¿Un informe de historia? JA! Para mí era genial. Era mi posibilidad de aportar algo al grupo, ya que dibujando soy mala. Y no es un intento de ser humilde o de buscar que alguien me contradiga como cuando veo en el Facebook fotos de chicas que suben fotos divinas con la frase "Estoy horrible" para recibir comentarios con halagos. Sinceramente soy mala dibujando. Mala me-destaco-por-mi-mediocridad mala.
Tenía perfectamente organizado qué tenía que leer cada día para llegar perfectamente a la entrega. El primer día leí unas tres o cuatro hojas, tomé notas: me sentí una alumna ejemplar. Y eso fue todo. El primer día fue el primero y el último que me duró la organización.
Me encontré con todo tipo de obstáculos cada vez que me proponía seguir: tener dolor de cabeza, olvidarme los textos en otro lado, tener entrega de otra materia, volcar café sobre las hojas y tener que imprimir todo de vuelta, lo que se transformó en quedarme sin cartuchos en la impresora, y más tarde enterarme de que los cartuchos que necesitaba no estaban ingresando al país por las trabas a las importaciones.
Como siempre que se acerca una entrega, los días volaron como en esas imágenes de los dibujitos animados en que las hojas de los calendarios diarios van cambiando sus hojas hasta llegar al día del número rojo. Era la noche anterior a la entrega y no sólo no había hecho el informe, sino que no había terminado (o casi empezado) a leer los textos para poder escribirlo.
A las diez de la noche entendí que tendría que quedarme sin dormir, nada raro para alguien que estudia Arquitectura y encima es desorganizada. Leyendo los textos a una velocidad impresionante, iba escribiendo el informe a la par, leyendo y escribiendo cualquier cosa. Así pasaron las horas hasta que de repente me desperté. En algún momento me quedé dormida, sentada en el escritorio, con la computadora prendida y los textos en la mano. Cuando entendí dónde estaba y en qué situación me encontraba, me desesperé. Era de día y era TARDE. Sofía me iba a matar.
Ella había hecho su parte de la entrega y fue a la facultad esperando encontrarse conmigo y con mi famoso informe para entregar. Yo, por supuesto, nunca aparecí por la facultad porque estaba durmiendo con el teclado de la computadora en la frente.
Cuando agarré el celular tenía llamadas perdidas, mensajes de texto y whatsapp de Sofi. La llamé y le expliqué que me había quedado dormida y que no había terminado el trabajo. Me dijo que había prórroga y que podíamos entregar el lunes siguiente.
"Pero Juli por favor entreguemos el lunes porque sin el informe ni siquiera me quisieron recibir la lámina, si no llegas avisame"
"Si Sofi, quedate tranquila. Re llego para el lunes."
Ella me dio la lámina y yo tenía que terminar el informe y entregar todo junto.
Ahora tenía más tiempo y podía hacer el informe bien: arreglar el desastre que había hecho antes por estar apurada y entregarlo el lunes.
Para el lunes no llegué.
Ni para el martes.
El miércoles a la mañana con el informe terminado, lo guardé y se lo mandé a Sofi por mail para que lo vea. Lo puse a imprimir mientras iba a cambiarme para ahorrar tiempo porque José sólo estaba hasta las doce en la facultad y no me sobraba tiempo.
Cuando volví cambiada para agarrar las hojas, me sorprendí al ver que no había nada en la bandeja de la impresora. En la pantallita, un triángulo amarillo con un signo de exclamación me recordaba que no había mas tinta negra.
Desesperada, busqué por internet una imprenta que está cerca de mi casa, llamé por teléfono y les pedí el e-mail, diciendo que pasaría a buscar la impresión en cinco minutos. Mandé el e-mail y por las dudas guardé el archivo en el pen drive. Me subí al auto apurada y salí.
A los de la imprenta nunca les llegó mi e-mail y tuve que pasar del otro lado del mostrador para entrar a mi casilla de e-mail y abrir el archivo adjunto desde los correos enviados, y aunque solamente lo cuento en un par de renglones, fueron más de quince minutos y varios problemas de por medio.
Con en el informe impreso en la mano me subí al auto y agarré la autopista para ir a entregar a la facultad. Tratando de mantener la calma cada vez que miraba la hora, algo que estaban diciendo en la radio me hizo desencadenar una de esas ramificaciones de ideas en las que escucho la palabra "perro" y la asocio con el color del perro que me crucé el día anterior por la calle, y ese color con la casa que estaba al lado de la imprenta, y no sé cómo, llegué a la lámina. LA LÁMINA QUE NUNCA AGARRÉ.
Horrorizada, sabiendo que me faltaban sólo un par de kilómetros para llegar a La Plata y que no me alcanzaba el tiempo para volver a buscarla, llamé a Sofi y le conté lo que había pasado.
"¿Y yo que hago?" me preguntó. A este punto ya era imposible que no se ponga nerviosa y se enoje un poco.
"Por favor mandala al plotter que está cerca de la facu y avisales que la retiro en cinco minutos"
"Fffffff, bueno, ahora la mando"
Como siempre, no había lugar para estacionar en la calle de la facultad, así que me alejé y estacioné en el primer lugar que vi libre.
Eran las doce menos cinco y yo estaba corriendo por la calle con las hojas del informe en la mano. Retiré la lámina en el plotter y corrí a la facultad. Entré y caminé lo más rápido que pude hasta que llegué a la puerta que tenía que tocar, y miré la hora: doce Y cinco. No corro muy rápido.
"Adelante"
Abrí la puerta y me encontré con José, que para mi alivio todavía estaba.
"Perdón por llegar un poco tarde" le dije tratando de ocultar que estaba agitadísima por lo que había corrido.
"No hay problema, ¿nos vemos el miércoles en la clase?"
"Sí, hasta el miércoles" le respondí sorprendida. Supongo que esperaba que me rete por todo lo que había hecho mal, pero claro, él no sabía todas las que me había mandado.
Saliendo de la facultad, la llamé a Sofi y contenta le conté que entregué y que ya estaba todo resuelto, y sentí cómo se relajaban mis hombros, que sin darme cuenta tenía tensionados hasta el momento.
"Nos tenemos que poner las pilas y hacer las cosas bien para la próxima entrega"
"Si, obvio, nunca más esto." le dije convencida.
Unos meses después me encontré recordando esta historia cuando -de nuevo- eran las diez de la noche del martes y yo todavía no había empezado a escribir el informe para la segunda entrega de Historia, que era al día siguiente.
Decidí que la mejor manera de comunicárselo a Sofi era con un dibujito. Así que me esmeré y le hice un lindo intento de historieta, admitiendo lo torpe y desorganizada que soy. Se lo mandé y le causó gracia.
Que soy torpe es verdad, pero torpe con la suerte de tener una amiga como ella.

domingo, 31 de agosto de 2014

De cómo reírse de uno mismo

Somos muchos los que admitimos y nos reímos de nuestros propios errores. Lejos está el tiempo en el que el genio ganador y exitoso era el personaje más querido. En las publicidades, en los libros, en las películas: la mayoría no nos sentimos identificados con el canchero millonario y fachero que se baja de un Porsche  JUSTO cuando una brisa muy oportuna lo peina mientras parpadea en cámara lenta.
Si a mi no-éxito, mi no-Porsche y mi no-facha cuando sopla el viento le agrego mi torpeza, estaría más cerca de sentirme identificada con un sketch de Mr. Bean o los Tres Chiflados.
Cuando tenía diez años iba a un club con mis amigas en el verano. Los días de lluvia estaba cerrado y al día siguiente el club abría sus puertas pero la pileta permanecía cerrada, porque estaba rodeada de césped que entonces se transformaba en un denso barro. Con la pileta cerrada, igual íbamos al club: nos quedábamos en una mesa jugando a las cartas, charlando o sigilosamente usábamos el teléfono público para hacer bromas estúpidas.
Un día de esos posteriores a la lluvia, con la pileta cerrada, se me ocurrió que sería muy divertido hacer "algo rebelde": meternos igual. Qué mala... Se lo propuse a mis amigas y todas estuvimos de acuerdo; la idea era ir corriendo rápido desde la mesa, saltar la reja roja que rodeaba todo el perímetro de la pileta y tirarnos de bomba.
Después de un par de minutos de "desarrollar el plan" -para nosotras era gran cosa, o por lo menos para mí lo era- tomamos la decisión de contar hasta tres y correr sin mirar atrás. Estábamos a unos escasos veinte metros de la puertita de reja y no iba a ser una gran corrida.
"Uno... Doooos... TRES !!!"
Salí corriendo con toda mi energía, y contenta de llevar la delantera sabiendo que correr no era mi fuerte, me saqué las ojotas mientras corría y las tiré a un costado, salté la reja, corrí por el borde de la pileta y me tiré.
Abajo del agua abrí los ojos, esperando ver caer a mis amigas. Y esperé un rato... pero ellas no corrían lento y yo ya no podía aguantar el dolor de oídos que me provocaba estar a esa profundidad ni el ardor que tenía en los ojos por el cloro; además me estaba quedando sin aire.
Cuando asomé sólo la porción necesaria de cabeza para poder ver y respirar, pude ver que el guardavidas, silbato en mano, estaba parado en el borde mirándome, y alrededor de la reja, en un tenso silencio, chicos y grandes, Y MIS AMIGAS, estaban mirándome también.
Empecé a sentir cómo mi cara empezaba a arder de calor, y me imaginaba como se vería ese punto rojo en medio del rectángulo celeste desde el otro lado de la reja.
"Afuera! AHORA!"
Nadé hasta el borde y me trepé, sintiendo que cientos de ojos miraban mi cara colorada por la vergüenza. Miré a mis amigas, que aunque claramente estaban tratando, no podían evitar reírse. Tirarnos a la pileta en grupo iba a ser divertido, pero enfrentar esa situación sola era humillante. Sentí ganas de llorar de vergüenza pero, como un reflejo, me salió una carcajada.
Rompí el hielo y mis amigas pudieron reírse con libertad, y las acompañaron la mayoría de los chicos y algunos de los adultos, mientras tantos otros, incluidos el guardavidas y el dueño del club me seguían mirando con mala cara.
Mientras seguía riéndome, salí por la puertita de reja -esta vez abriéndola como corresponde- y me reencontré con mis amigas. Se me empezaron a caer las lágrimas, pero eran lágrimas de risa.
Después supe que ninguna se animó a salir corriendo y que me gritaron que vuelva cuando vieron que yo sí lo hice. Supongo que con la emoción del momento no las escuché.
De a poco fui recuperando mi color de piel normal y la gente dejó de mirarme después de unos minutos. Aunque seguía teniendo mucha vergüenza, estaba satisfecha y sorprendida con la manera en que reaccioné. Y aunque esa situación no haya sido producto de mi torpeza, que hasta el momento no se había desarrollado en su totalidad, me sirvió para saber cómo manejar situaciones incómodas y vergonzosas en las que todos quieren reírse pero intentan no hacerlo por miedo a ofender.
Ese día aprendí a reírme de mí y ahora las carcajadas no son una intervención divina cada vez que paso por una situación de ese tipo. Me río porque intento imaginar que veo la situación desde afuera, y trato de comprender que cualquiera se reiría, pero también me río cuando me caigo y estoy sola, porque es mi manera de aceptar cómo soy: torpe, pero con suerte, porque sé tomármelo con humor.

jueves, 28 de agosto de 2014

Una historia torpemente imaginada

La mayoría del tiempo soy torpe pero en excepciones también me gusta dejar de lado mi gran habilidad para tropezarme, patinarme, caerme, hacer justo ESE comentario fuera de lugar, romper cosas o que simplemente se me escapen de las manos para imaginar y escribir (probablemente, también torpemente). 

Estoy manejando por la autopista, pensando en cómo me voy a sacar estas botas que me hicieron sufrir todo el día para cambiarlas por mis cómodas pantuflas. Tengo frío. Subo la perilla de la calefacción, pero sé que después de un corto rato me va a sofocar, entonces la vuelvo a bajar y me froto las manos. Vuelvo a agarrar el volante. Tengo ganas de fumar pero me queda sólo un cigarrillo y bastante tiempo de viaje hasta un kiosco. Quizás si no supiera que me queda sólo uno, no tendría ganas de fumar. Me pasa lo mismo cuando me quedan dos o tres; esa sensación de que estoy en escasez me desespera.
Subo el volumen de la música y trato de pensar en algo para aprovechar mi tiempo en el auto y transformar esas tres horas diarias de tiempo perdido en tiempo productivo.
Faltan pocos días para que me vaya de viaje y trato de organizar mentalmente la lista de cosas para hacer la valija: eso me va a ahorrar tiempo. Mientras pienso en la ropa, los accesorios y los libros que me quiero llevar, concentrada en intentar recordar el nombre de uno de ellos, me sorprende una frenada de autos masiva a cero. Reacciono rápido, rebajo, clavo los frenos y ligeramente giro el volante hacia la izquierda intentando que en caso de no llegar a frenar a tiempo, el impacto no sea frontal. Mi corazón se dispara y siento adrenalina en todo el cuerpo, pero logré evitar un accidente.
Avanzando unos escasos metros cada media hora, veo a lo lejos el cartel que antes me tapaba un camión que indica mi bajada. Como hipnotizada, sigo manejando, avanzando y frenando con cuidado hasta llegar a mi casa, como si mi cerebro tuviera un piloto automático que hace las cosas por mí pero después no me permite recordarlas.
Sorprendida de ya haber llegado, abro el portón con el control remoto y entro el auto al garaje. Estoy escuchando la música que más me gusta y espero a que termine la canción para apagar el motor y bajarme.
Me siento liviana, más fresca, menos abrumada, aliviada de estar en casa. Mientras camino hacia la puerta meto la mano en la cartera y lo primero que encuentro son las llaves. Animada por este hermoso hecho y contenta por no tener que repetir la rutina diaria de ponerme en cuclillas al lado de la puerta, revolviendo dentro de la cartera hasta el punto de pensar que perdí mis llaves, sin tener que vaciar todo el contenido del bolso hasta encontrarlas, pongo la llave distraída en la cerradura y me olvido de tirar de la manija para que no se trabe como siempre. La puerta se abre sin problemas y, ahora, ya radiante de alegría, sé que la parte mala de mi día se acabó para abrirle paso a la buena suerte que me acompaña.
El llavero que está al lado de la puerta está vacío, lo que me dice que en mi casa no hay nadie. Las luces están apagadas, y decido que me gusta la oscuridad, le encuentro algo pacífico y relajante.
Recorro el pasillo hasta el hall, abro el placard de invitados y saco mis pantuflas. Mientras me cambio el calzado me doy cuenta que no me vino a recibir mi gata; debe estar durmiendo arriba en mi cama. Pienso en ir a buscarla y decido que primero quiero tomar un té y fumarme un cigarrillo.
Saco el atado de cigarrillos de la cartera antes de guardarla y voy caminando hacia la cocina con mis pantuflas, mientras meto la mano en el bolsillo del tapado y saco mi iPod. Lo apoyo en la mesada de la cocina con los cigarrillos, me saco el tapado y lo cuelgo en el perchero. Mientras lleno la pava con agua me acuerdo que me queda ese solitario cigarrillo. Pongo el agua a calentar y decido que voy a disfrutar del último cigarrillo del día, porque no estoy dispuesta a salir de mi casa de nuevo. Abro el atado, y ahí está, el último cigarrillo, mirándome en compañía de otros diecinueve. Estaba segura de que me quedaba sólo uno, pero es una lindo error que me facilita no tener que enfrentarme a ese sentimiento de escasez, así que saco uno, lo enciendo y me pongo los auriculares del iPod, busco una meditación guiada y me acuesto en la alfombra del estar con los ojos cerrados mientras espero que esté lista el agua.
Escucho la música instrumental con la que comienza y siento que mi cuerpo se relaja sobre la alfombra.
“Esta es una meditación guiada para la relajación profunda del cuerpo. Que no te preocupe si en algún momento te desconcentras, solo déjate llevar por los sonidos y mi voz. Ponte cómodo: puedes sentarte, ponerte en postura de loto, o simplemente acostarte.”
Esa voz me relaja, es tan suave y paciente que siento que es mi mejor amiga hablándome.
“…Es mejor que cierres tus ojos para experimentar al máximo esta meditación.”
Mis ojos están cerrados hace un largo rato y se siente bien. Junto las manos y entrelazo los dedos, dejándolas descansar sobre mi pecho, y respiro profundo.
“…Imagina un extenso campo de pasturas verdes. Es un día soleado y se ve claramente el horizonte como una línea perfecta, sin obstáculos. Estás acostado cómodamente debajo de un grupo de árboles, aislado del mundo real. La hierba debajo tuyo se amolda perfectamente a tu cuerpo y sientes paz.”
Practiqué esta meditación muchas veces y me la sé de memoria, pero escucharla me tranquiliza.
“…Inhala, 2, 3, 4, mantén el aire, 2, 3, 4, exhala, 2, 3, 4, 5, 6.”
Inhalo y exhalo tal cual me dice el audio y cada vez que lo hago siento que me cuerpo es más liviano. Siempre me costó mucho manejar los tiempos de respiración, pero esta vez lo había logrado a la perfección.
“…Las horas pasan como segundos. El sol se corre y te acaricia la cara.”
Imagino como mis mejillas se entibian y sonrío. Estoy feliz.
“…Escuchás una bandada de pájaros pasar volando por arriba tuyo y sentís que sus alas hacen que el viento sople tu pelo.”
En mis auriculares escucho aleteos y el gorjeo de aves que no logro reconocer, y me parece que mi pelo realmente se está moviendo.
“…El sol se enfría cada vez más y está empezando a ponerse en el oeste. El atardecer es perfecto y estás relajado y en paz contigo mismo y con el mundo que te rodea.”
Siento que algo me pica el antebrazo y me hace cosquillas pero intento no darle demasiada importancia para no perder la concentración y no abandonar ese hermoso campo, así que separo mis manos y cruzo los brazos sobre mi pecho para adoptar una posición diferente.
“Tómate un tiempo para agradecerte a tí mismo por haber practicado esta meditación. Quédate con los ojos cerrados el tiempo que creas necesario, y cuando estés listo abrelos.”
Estoy relajada, cuerpo y mente, y no quiero abrir los ojos. Siento mucho frío y me acuerdo del té y del agua que debe estar hirviendo y me resigno a abandonar la paz y comodidad de este momento.
Abro los ojos y no encuentro la oscuridad de mi estar; un inesperado resplandor anaranjado me hace volver a cerrarlos. Siento una brisa en el rostro y me incorporo, sentada pero con las piernas extendidas y los ojos todavía cerrados, siento aroma a pasto recién cortado. Abro los ojos lentamente y mientras mis pupilas se encogen siento cómo mis ojos rechazan la luz; el resplandor empieza a disminuir y puedo empezar a ver lo que hacía unos instantes no veía a pesar de tener los ojos abiertos. Un gran campo, cuyos límites escapan al alcance de mi vista, troncos de fuertes y viejos árboles a mi alrededor y el sol poniéndose en el horizonte anaranjado, rosado y violáceo.

Y aunque esta historia no es enteramente de la vida real, es real que la imaginé y la escribí en uno de esos momentos en que mi torpeza se va a dormir la siesta y me deja tranquila por unos momentos, y digo "momentos" porque la primera parte de la historia es real, y lejos de despertarme en un gran campo paradisíaco, lo hice en la misma alfombra en la que me había acostado, cuando el olor de las tostadas quemadas (que no mencioné en la historia) me empezó a molestar y el agua ya estaba fría. Sin embargo, fue esa situación la que me llevó a imaginar un resultado distinto, relajante, ¿imposible?... Porque quizás soy un desastre haciendo té y tostadas, pero no incendié la casa ni desperté realmente desorientada en el medio de la nada con una historia que nadie iba a creer, así que me considero torpe, pero con suerte.


martes, 26 de agosto de 2014

De cómo sentirte mejor si sos despistada: ¿Torpe es un nombre?

Cada vez que necesito saber qué fecha es, indefectiblemente me miro la muñeca izquierda y sólo veo la hora, recordando que el reloj que me decía en qué momento del año estaba parada me lo robaron hace mucho. No es una simple cuestión de que hoy sea 23, 24 o 25; ¿es lunes o es jueves? Los días que curso la misma materia en la facultad se me confunden. 
Por suerte ya estamos en Agosto, porque Junio y Julio son mi peor pesadilla de confusión. Existen millones de nombres. Gente que le pone nombre de perro, fenómenos climáticos, lugares y objetos a sus hijos para ser originales, y ME PARECE PERFECTO. Nunca te vas a confundir a Brisa con Almendra ni con Aristocracia.
Siempre me gustó inventar mis propias versiones ridículas de cómo suceden las cosas, y me imagino a un pobre tipo sentado en un escritorio escribiendo nombres en un libro. En la puerta de su oficina, un cartelito, "Creativo - Nombres SA". 
Está concentradísimo cuando se abre la puerta de golpe y entra el jefe: "Necesitamos mil nombres más de la cantidad original y rápido". 
Él todavía no tiene nombre; está tan ocupado tratando de ser creativo que no tuvo tiempo de elegirse uno. ¿Pero mil más? ¿Y encima tiene que ser rápido? 
Sintiéndose frustrado y presionado, contempla con tentación la idea de hacer un poquito de trampa y hace un par de cambios en algunos, pudiendo sacar dos o tres (o más) nombres del original que tanto tiempo le llevó crear. 
"Bueno a ver... María... Mariana! Mariana... A este le saco una letra... Marina. Y si le agrego una T, Martina. Listo, soy un genio. Mmmm... Julieta... Juli... Julia!... Juliana! También podría ser Giuliana... bueno, los dos. Giuliana... me gusta. Giuliana... ana... Ana! Sí, Ana, nadie se va a dar cuenta. Anabella! Arabella!"
Y así llegaron Daniela y Danila; Daiana, Diana y Dana; Antonia, Antonina y Antonella; Luisa, Luisina y Luisana; Lorena y Loredana; Vanina y Vanesa; Claudia y Claudina; Silvia y Silvina.
Con la originalidad totalmente agotada vino la inspiración de los colores que podía ver por su ventana: el celeste y el blanco del cielo. Listo: Celeste y Blanca. Los colores eran un buen recurso: Rosa, Azul, Violeta, Lila, que también generó Leila, y ya que estamos, Laila. 
Satisfecho por haber encontrado una solución a su problema, cerró el libro y se fue a su casa sin saber los malhumores que su atajo causaría en las Agostinas llamadas Agustinas.
Al día siguiente, le tocaron los meses y fue inevitable la tentación de volver a usar el mismo recurso y así tenemos Marzo y Mayo y mis queridos Junio y Julio. Decidió tomarse los últimos meses a la ligera para sacarse el trabajo de encima y, teniendo seis nombres originales, eligió numerar los siguientes Septiembre, Octubre, Noviembre y Diciembre, llegando así a los doce necesarios. En el descuido, Septiembre quedó noveno y no séptimo, Octubre décimo, Noviembre decimoprimero y Diciembre decimosegundo.
Por eso cuando no sé en qué mes estoy o si mi compañero nuevo de la facultad se llama Lucio o Luciano, pienso en el pobre sin nombre que hizo lo que pudo y sonrío, porque siento que lo entiendo.
Y aunque sepa bien que mis invenciones están lejos de la realidad, la historia me sirve para no sentirme tan torpe y despistada, y en todo caso, acompañada en mi torpeza por el creativo de Nombres SA, que todavía no tiene nombre.



martes, 4 de febrero de 2014

De cómo tener accidentes poco creíbles el día de la entrega

Estuvimos toda la noche despiertas. Luisina dibujaba (ella es mil veces mejor que yo en eso) y yo hacia la parte escrita. Tomando coca y escuchando canciones de Chiquititas y Erreway a pesar de nuestros 20 años, logramos durar toda la noche patéandonos las ojeras y evitando los bostezos que para algunos como yo, causan las entregas de historia.
En el momento en el que empezás a ver borroso y ya no sabés si estás escribiendo derecho o torcido, o si vaca va con "V" o "B", es cuando independientemente de tener las láminas listas o no, querés que termine la noche y entregar como sea. Miré la hora y recuerdo que eran cerca de las 6 am. Decidí ir a ducharme para dejar que mi cerebro descanse un poco antes de tener que manejar a la facultad por la autopista sin haber dormido nada.
Ya abajo del agua, pensaba que bueno sería tener un mini-helicóptero en el que pueda poner el rollito de láminas y se lo lleve directamente a mi ayudante, sin escalas. "Para Clara de Luisina y Julieta, con cariño" en una tarjetita y una foto de nuestras caras reventadas para que sienta un poco de lástima por nosotras (fundamental NO MAQUILLARSE e ir arruinada el día de la entrega para que piensen "pobre, se mató" aunque tu entrega sea una reverenda porquería) y nos ponga un "NIVEL +". Frustrada por el sistema de "niveles" que usan, (¿que es un NIVEL + ? ¿un 7, 8, 9 o 10?) y también porque en el utópico caso de conseguir ese mini-helicóptero de mis sueños, no me iba a evitar el viaje a la facultad. Además de la entrega, teníamos exposición. Básicamente creo que es su manera de comprobar que en una facultad donde las carteleras están llenas de papelitos que prometen hacerte la entrega, recurriste como un buen estudiante a pasar la noche cantando canciones que te aprendiste hace quince años y a dibujar fachadas, plantas y cortes de edificios como un esclavo, quedando con el dorso de la mano negro de grafito, ensuciando láminas nuevas, y borrando con la goma como una burra.
Mi miseria no terminaba ahí, los miércoles cursaba doble turno, o sea: entraba a las 8 am, salía a las 6 pm. Di-vi-no. Mientras pensaba en cómo iba a encontrar un hueco en el horario para poder dormir tirada en un banco del patio de la facultad, me di cuenta que me tenia que apurar porque si no, encima de todo, iba a llegar tarde y me iba a tener que meter el auto en el bolsillo.
Ya vestida, con un jean y un buzo gris clarito, el pelo mojado y mi cara irreparable ("mejor, cuanto más arruinada mejor") bajé para encontrar a Luisina dormida arriba de las láminas ("descansaba la vista porque me arden los ojos" me dijo). Le dimos unos toques finales a la entrega ("toques finales a la entrega" quiere decir la arruinamos toda en dos minutos para que parezca mas linda, pero nos salió mal), desayunamos y nos fuimos.
Por supuesto ya era tarde. Tardo demasiado en ducharme, decidir qué me voy a poner, ponérmelo, peinarme y nada más.... en realidad no sé por qué tardo tanto, pero esa es mi característica insignia.
Claro que se me bajó la barrera en mis narices y tuve que esperar diez minutos ahí, y claro que la cola para subir a la autopista era larguísima.
Llegamos a la facultad a ESA hora. La hora en la que deseas con todas tus fuerzas tener las pastillas del Chapulín Colorado de chiquitolina para darle una al auto y meterlo en el bolsillo de la mochila.
Después de dar mil vueltas, el único lugar que estaba libre era la entrada de auto del lote que está en frente de mi facultad. Es básicamente un alambrado que no rodea nada. Como unos cincuenta metros más allá del alambrado estaban haciendo una obra. A pesar de las pocas luces con las que contaba en el momento, se me prendió la lamparita. Creyendo que había descubierto América, le dije a Luisina súper excitada "estaciono acá y esperame que ya vengo". Siempre hago eso, cuando creo que tengo la MEJOR idea no la quiero contar. No creo en eso de "quemarla", pero me gusta sorprender si me sale bien.
Me bajé del auto y crucé el portón. Había un huellón de barro, seguramente de algún camión que había entrado materiales a la obra. El día anterior había llovido y no parecía un barro peligroso, pero igual decidí esquivarlo. Fue una caminata larga, no por la distancia, sino porque me estaba dando cuenta por el camino que lo que iba a hacer era de cara dura, pero había dejado a Lu con una promesa de estacionamiento silenciosa en el auto, así que seguí caminando y llegué a la obra.
No había cerco, estaban todos los trabajadores ahí, al lado mío. Parece que no se acercaba mucha gente a charlarles porque se quedaron mirándome como pensando que era un alien.
"Hola, me gustaría hablar con el encargado por favor", la mejor sonrisa, dirigiéndome a todos y a nadie en especial, mientras pensaba "tenés que caerles bien".
"El encargado no está, qué necesitás?", me respondió uno amablemente.
"Llegué un poco tarde a la facu y no encuentro lugar para estacionar por ningún lado y tengo entrega, quería saber si podía meter el auto acá".
Se miraron entre todos. "Esperá que mejor llamamos al encargado", dijo otro y se fue.
Me quedé esperando, incómoda por la situación en la que me había metido solita. Me sentía observada y no sin razones, tenía como veinte ojos encima. Me crucé de brazos y me di vuelta para mirar a Lu que estaba en el auto, pero tengo los vidrios polarizados, asi que yo no la veía; seguramente ella sí a mí, si es que me estaba mirando.
"Hola, ¿en qué te puedo ayudar?" escuché de atrás mío. Me di vuelta y había venido el encargado. No tenía nada que lo distinga de los demás, era uno más.
"Hola, buen día. Disculpá que te moleste pero... (la misma historia que antes)". Tenía cara de pensativo, lo estaba analizando. Me di cuenta que mi caso necesitaba más evidencia para ganar el juicio y le dije "la verdad es que ví el portón abierto y se me ocurrió entrar, pero me pareció mas apropiado pedir permiso antes, porque no quería meterlos en problemas a ustedes" (super cara de perro mojado). Se le empezó a transformar la cara. De lo pensativo y serio pasó a relajado y sonriente.
"Mirá, me pidieron específicamente que no deje estacionar autos acá, pero la verdad es que sos tan sincera y educada que... entrá, dejalo ahí cerca del alambrado, me compraste".
"Te lo re agradezco, de verdad. Mil gracias!"
"No pasa nada, pero que no se haga costumbre." Nos reímos los dos y me di vuelta, triunfante, con cara de victoria, tratando de transmitirsela a Lu, si es que me estaba mirando. Mientras recorría el camino de vuelta, consciente de que seguramente el encargado le estaba contando al resto que al final me había autorizado a estacionar, y que probablemente alguno me estaba mirando, decidí que el huellón de barro no era digno de esquivar. Tenía que desviarme bastante y nunca ví una caminata triunfal en zig zag. Le quitaba importancia al momento. Hasta sentía que el viento me peinaba y que estaba mas despierta.
Así que pisé el barro. Y claro, me caí de traste. No sólo me caí, sino que mi torpeza no me permite siquiera caerme derecha, cuestión por la cual no sólo me embarré las zapatillas y el jean, sino también el buzo y, mágicamente, la remera y el pelo.
Mi pánico a los papelones me ordenó que me levante rápido. "Rápido, rápido, no te vio nadie".Creo que todavía no había terminado de caerme cuando empecé a levantarme, y mi desesperación por apurarme me costó otra patinada, pero esta vez caí en cuatro patas. Levantándome con cuidado de no volver a caerme por tercera vez en el mismo lugar para el regocijo de alguno que haya visto mi torpeza desde el principio, traté de hacer equilibrio en el barro más ENGAÑOSO y RESBALOSO que alguna vez me haya cruzado en mi vida.
Con sentimientos encontrados, de triunfo y fracaso, llegué al auto y cuando abrí la puerta la cara de Luisina era una mezcla de emociones. Creo que una era lástima, pero la otra claramente era risa y se la estaba aguantando por miedo a que me enoje. Ahí me tenté y ella se sintió libre para reirse también, se nos caían las lágrimas, a ella por lo que había visto y a mí porque ya me causa gracia ser tan torpe. Pero después de un rato volvimos a la realidad: yo estaba TODA EMBARRADA y todavía teníamos que entregar Y EXPONER !
"Por suerte siempre tengo una cajita de carilinas en el auto" le dije re convencida. No sólo no me limpié sino que logré esparcirme el barro a lugares que segundos antes estaban limpios. Decidí sacarme el buzo y atármelo a la cintura para que me tape la cola, pero el barro llegaba hasta abajo de mis rodillas de atrás, y mis rodillas también se habían embarrado cuando me caí en cuatro patas. Lu me dijo que me prestaba su tapado que era largo y pensamos que esa era la solución.
Su tapado era largo. Era largo para ella, a mí no me llegaba a tapar la cola. Se me volvieron a llenar los ojos de lágrimas pero esta vez de frustración. POR DIOS ! QUIEN SE CAE EN EL BARRO EN LA FACULTAD ?????
Por supuesto que no me animaba a entrar a la facultad a explicarle en la cara a mi ayudante lo que me había pasado, en parte porque me daba vergüenza estar embarrada, y en parte porque me daba vergüenza ser tan boluda.
Le dije a Lu que no tenía arreglo y que me iba a cambiar a mi casa. Me preguntó si volvía para el turno de la tarde y le dije que sí. Le pedí que por favor le cuente a mi ayudante lo que me había pasado y se bajó del auto con la entrega.
Sin animarme a mirar a la obra donde yo me imaginaba que estaban todos desencajados de risa, puse mi buzo en el asiento para no embarrarlo, me limpié un poco mejor las manos con las carilinas (tampoco me dio la cara para entrar a la facultad para ir al baño a lavarme las manos) y me subí al auto para volver a mi casa derrotada por mi torpeza.
Manejé todo el camino con un pañuelito descartable en cada mano para no ensuciar el volante, tratando de convencerme de que era algo que le podría haber pasado a cualquiera. Pero pensaba en los albañiles y en el encargado, ¿me habrían visto? ¿O habrán pensado que era una loca que pide permiso para hacer algo y cuando lo consigue se va? ¿Tendría que haber vuelto y decirle "mirá, gracias por la buena onda pero me caí redonda en el barro y me voy a cambiar a mi casa"? No, no creo que le importe.
Llegué a mi casa, y mi mama, que sabe mis horarios, me pregunto sorprendida que había pasado. Me bajé del auto y no hizo falta contestarle. "Solamente a vos te pasan estas cosas, Julieta" "Si mamá, ya sé."
Después de lavarme las manos le conté brevemente como es que una persona va a la facultad a llevar una entrega y vuelve como si hubiera ido a una expedición en el medio de la montaña un día lluvioso. Un poco tentada y un poco indignada, me dijo que le de lo que estaba sucio.
"Todo está embarrado ma"
"¿Cómo que todo?" cara de no te creo.
"Si, todo, porque cuando me caí se me levantó el buzo y también se me embarró la remera, y le entró barro a las zapatillas así que las medias también... creo que el corpiño no se ensució"tratando de enfatizar lo positivo con una sonrisa al final.
"Ay, Julieta"
Después de ducharme decidí que las cosas pasan por algo y que si me caí en el barro quizás era una señal del destino... o eso quise creer en el momento para no hacerme cargo de mi torpeza y para no volver a la facultad.
Le mandé un mensaje a Lu diciéndole que no iba a volver y me respondió que Clara no le había creído lo que me había pasado. No estaba sorprendida. Yo tampoco lo hubiera creído si no me pasaba.
Me tiré en la cama y me fui a dormir. Sentía que me lo re merecía. Mientras estaba entre dormida y despierta pensaba, qué torpe y qué fraca ! Capaz que no tan torpe ni tan fraca, pienso hoy, pero sí un poquito de cada cosa. Torpe porque no cualquiera tiene la habilidad de caerse en el barro en la facultad, pero por lo menos pude reírme de mí misma, y fraca porque después de un accidente tan bochornoso, mi ayudante no me creyó (aunque si tengo que inventar una excusa no voy a inventar una tan estúpida), pero por lo menos ahora tengo una anécdota para contar.
Después de esto aprendí dos cosas que me gustaría compartir con quién lea esto:
1. NUNCA por más inofensivo que parezca, pisen barro. Es mil veces más vergonzoso caerse y ensuciarse que caminar en zig zag como un ganso.
2. Si alguna vez necesitan inventar una excusa, no se inspiren en esta. Mi ayudante me creyó lo que me había pasado después de varias clases en las que pudo comprobar mi torpeza en persona, pero no todos tienen mis habilidades para no ser habilidosos.


viernes, 31 de enero de 2014

De cómo hacer un blog y fallar en el intento

Son las 2:28 am. Me quise hacer la sana, me fui a dormir temprano (estaba muy agotada de hacer ABSOLUTAMENTE NADA todo el día). Estoy de vacaciones y suena genial después de estar todo el año pensando que no llego a las entregas y que cada vez que tengo un parcial, físicamente no me alcanza el tiempo para leer ni los apuntes. 
Pasada la primer semana de la excelente rutina de levantarme al mediodía, desayunar un almuerzo, estar en la pileta y jugar jueguitos de aventura que se te cortan en la mejor parte porque no los comprás, llegué a la inevitable conclusión de que necesito ALGO para no aburrirme. 
Una obligación, chiquitita, como comprarme una plantita y regarla... algo por el estilo. Claro que plantas tuve mil, de jardinería no entiendo nada, y todas las que tuve se terminaron secando o pudriendo por falta o exceso de agua, o en el mejor caso, terminaron siendo adoptadas y vueltas a la vida por mi mamá. Las únicas plantas que tengo son unos cactus. Tres. Divinos. Re orgullosa de tenerlos. Me compre el primero cuando tenía once, un día que fui a Easy con mi mamá a comprar Dios sabe qué, y estaban en la caja para que las nenas que no tienen nada que desear en ese supermercado para do-it-yourselfers se sientan atraídas por las piedritas de colores que tenía la macetita de plástico arriba de la tierrita que rodeaba al cactus. 
Después de unos cinco minutos reales de pelear frente a la cajera, gané la batalla y me fui a mi casa contenta con un cactus peludito y que no pinchaba si lo tocabas (a menos que lo apretes, descubrí después). 
"¿Para qué querés un cactus, Julieta?", "No lo vas a cuidar", "Son feos y pinchan", "Mirá que horribles esas piedritas de colores flúo"; "Porque quiero tener una plantita para cuidar como vos, má", "No hace falta ciudarla, es un cactus: no se riega porque viven en el desierto", "No son feos... Mirá: este no pincha, tiene como peluchito y lo puedo acariciar", "Las piedritas se las saco cuando llego a casa". En el auto volviendo a casa con mi trofeo en la mano, rememoraba mi victoria gracias a CASI puras mentiras, ya lo sabía. Pero estaba feliz porque lo había conseguido. Ahora que lo pienso despúes de varios años, creo que fue seguramente porque mi mamá no quería armar un escándalo en la caja, y no como yo creía, que se debía a mis superpoderes para convencer a la gente. 
Superpoderes o no, el cactus sigue vivo después de catorce años y creció un montón. Con el tiempo le compré dos amiguitos mas pinchuditos y los tres viven muy felices en un cajoncito vintage que compre hace poco, muy cómodos en la mesada de la cocina. Aunque tengo que admitir, muy a mi pesar, que este logro no es mío. También es obra de mi mamá que rescato al cactus de una sequía importante (sí hay que regarlos cada tanto), y más tarde de un exceso de agua cuando me dijo que por mas cactus que sea, había que regarlo. Extremos, casi siempre soy así. Me cuesta encontrar el punto medio.
De toda la anécdota del cactus al que nunca le puse nombre (hecho del que me siento muy orgullosa), vuelvo a mi necesidad de tener una obligación, chiquitita, algo para hacer, y se me ocurrió hacerme un blog, pero como dice la dirección del mismo soy torpe y fraca. Capaz que ni tan torpe ni tan fraca, pero sí un poquito de cada cosa. Torpe porque estuve media hora tratando de empezar a escribir, hasta que me dí cuenta que mi explorador no era compatible con la página (no, no uso el explorer, dije que no tan fraca), y fraca porque probablemente estoy escribiendo algo que nunca nadie va a leer, pero por el momento encontré esa pequeña obligación, o mejor dicho encontré algo para hacer a esta hora (y no tan torpe porque finalmente lo logré). 
Considerando que los blogs son el diario íntimo de este siglo (para la gente como yo, que plasma sus sinsentidos en internet con la esperanza de que alguien lo encuentre de casualidad y lo lea), vuelvo a sentirme un poco fraca, pero trato siempre de ser positiva, y pienso que más fraca sería escribir en un diario íntimo de esos que se usaban cuando era chica, con hojitas de colores perfumadas, y candadito inútil que cualquier persona con un poco de sentido común podía abrir... para ser sincera conmigo misma y con el que encuentre esto y tenga ganas de leerlo y llegar hasta acá, tengo que confesar que hace no mucho lo hice (y cuando digo no mucho me refiero al año pasado), pero esa ya es otra historia. Pero bueno, ya lo dije y no tengo problema en admitirlo, soy torpe y fraca, pero no tanto.